Los restos de una colilla son capaces de contaminar hasta mil litros de agua. Ambientalistas recogen en una sola jornada 400 colillas en orillas del Lago de Maracaibo y hasta 500 en apenas cinco cuadras. En Venezuela la prevención y mitigación de los impactos ambientales y sanitarios se limitan casi en su totalidad a iniciativas de ONG.
Texto y fotos: Francisco Rincón (@frajorim).
Menos de cinco minutos después de prender el cigarrillo, la colilla ya está en el suelo. Este desecho inunda sin control las calles, aceras, parques, plazas, distribuidores, cañadas, orillas del Lago de Maracaibo y otros espacios públicos.
Las colillas se descomponen por la acción de la luz solar y de la humedad y desprenden microplásticos, metales pesados y más de siete mil sustancias químicas tóxicas impactando en la calidad de los ecosistemas, advierte el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma). Los restos de una única colilla son capaces de contaminar hasta mil litros de agua a su paso, detalla un estudio alemán publicado en 2014.
La sucia ruta
La degradación de las colillas pueden reducir la fertilidad de los suelos y afectar la flora y fauna. A su vez, las colillas pueden emitir al aire sustancias volátiles como la nicotina, la piridina y el benceno, y expone a los animales y seres humanos al riesgo de ingesta.
Pero cuando alguien tira su colilla al suelo muchas veces son arrastradas a los desagües y cañadas por el viento o las lluvias y así llegan hasta el lago y los ríos.
Alida Labarca, docente investigadora y ambientalista, lamenta que cada vez es más evidente en las calles la presencia de colillas y otros desechos de cigarrillos. “Las sustancias químicas contenidas, tanto por el filtro como por la parte del cigarro que no fue consumida, son transformadas por la combustión del tabaco, el cual puede alcanzar temperaturas de hasta 1.000 °C. Estos son absorbidos por las plantas a través de las raíces y por animales y humanos cuando se comen las plantas o se beben el agua contaminada, porque ninguno de los filtros o purificadores de agua impiden o retienen el paso de las moléculas”.
La propia Labarca, como respuesta a la preocupación que le causó ver tantas colillas tiradas en la calle de camino a comprar sus verduras, ha recolectado hasta 500 en un trayecto de apenas cinco cuadras.
“Salgo con mi pala y escoba ecológica y algunas personas se acercan a preguntarme qué estoy haciendo y aprovecho para hacer educación ambiental. Algunos se quedan asombrados al recibir la información. No obstante, mi percepción es que a la mayoría, sobre todo a los que fuman, no les importa”.
Sin políticas públicas
En Venezuela la prevención y mitigación de los impactos ambientales y a la salud a causa de las colillas de cigarrillos y otros de sus desechos, se limitan casi en su totalidad a iniciativas de particulares y ONG.
Algunas de estas son la campaña #LaPlayaNoEsTuCenicero de la Fundación Azul Ambientalistas y las jornadas de recolección de colillas de cigarrillo en las costas del Lago por parte del Club de Leones Maracaibo Verde.
“Hay que comenzar por el ciudadano común que es quien las tira. Las empresas deben contribuir con los recolectores y los tres niveles de gobierno deben hacer campañas para que la ciudadanía entienda que es el principal agente de cambio”, resalta la ambientalista.
En Latinoamérica existen algunos proyectos para tratarlas con el fin de reducir su impacto y de transformarlas en otros materiales, pero en general, la práctica habitual de tirar las colillas carece de regulaciones específicas.
Labarca sugiere a las personas que fuman que echen sus colillas dentro de una botella con arena y cuando estén llenas las tapen bien para que su contenido no entre en contacto ni con el suelo ni con el agua. “Al estar bien tapadas no hay riesgo de infiltración y pueden ir al sitio de disposición final. Pero también pueden usarse como ecobloques”.