Carmen es ingeniera, tiene un par de postgrados, un doctorado y es bilingüe. Desde hace 20 años, vive junto a su familia y trabaja en Valencia, región central de Venezuela. En la lista para ocupar la vacante que existe en los altos cargos de la empresa donde lleva laborando 14 años, su nombre no aparece. Marcos, su compañero recién llegado con menos estudios y experiencia, es el favorito. Lo tildan de ser “un diamante en bruto”, pilas, agresivo y negociador, “cualidades” que, por estereotipos, aseguran no tienen las mujeres.
La ausencia de equidad en todos los sectores y clases sociales, hace que la “tara machista” se imponga, tanto en hombres como en mujeres, y sean estas últimas las que carguen con el peso y responsabilidad de los niños, ancianos, esposo, la casa, el trabajo y las compras, desgastando energías físicas y capacidades intelectuales. Los reiterados llamados de organismo multilaterales, ONG y demás grupos que abogan por las féminas, pasan por alto en las direcciones de los organismos públicos en Venezuela. Un análisis de quienes ostentaban altos cargos en los ministerios durante 2011, 2013 y 2015, develo que en sectores claves, que están en decadencia, los hombres ocuparon el poder.
Las brechas de género en el sector público persisten y aumentan paulatinamente en la actualidad. Los hombres amasan el poder y 78 por ciento de las gobernaciones están en sus manos. Encabezan el 88 por ciento de las vicepresidencias, viceministerios y ministerios, además del Poder Legislativo, Judicial, Ciudadano y Electoral, donde ocupan la oficina en 54 por cientos de los altos cargos existentes.
Paraíso machista
De acuerdo a las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2017 49,90 por ciento de la población venezolana es femenina, paridad que no se traduce al momento de tomar las decisiones y realizar las labores. En Venezuela, además del sector público, las empresas, universidades, ONG y medios de comunicación, confían su dirección a los hombres, en detrimento de las mujeres.
Apenas 7 por ciento de las empresas tienen una junta directiva con más de tres mujeres miembros, según una publicación de La Razón en 2015, que cita el trabajo “Mujeres Gerentes en la Venezuela de Hoy” elaborado por el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA). Los medios no son la excepción y según la Asociación Civil Medianalisis, el contexto interno de trabajo se caracteriza por un predominio de jefaturas masculinas y la equidad de género continúa planteándose como un reto en el campo de la toma de decisiones.
Sobre la identificación del sexo de la jefatura inmediata, su investigación arrojó que 58,1 eran hombres, frente al 41,9 por ciento de mujeres. Según el informe Nacional del Proyecto de monitoreo Global de Medios coordinado en 2015 por la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana, 98 por ciento de las presentadoras en televisión tenían entre 19 y 34 años, lo que “evidencia que los medios de comunicación siguen favoreciendo un estereotipo de mujer joven”.
Un sistema que relega
Las disparidades traspasan las fronteras de Venezuela y sus tentáculos abarcan todo el planeta. En 2016, según el Foro Económico Mundial, la brecha de género en América Latina y el Caribe fue de 30 por ciento, posicionándose la región por encima de la media del Índice Global y casi a la par con Europa del Este y Asia Central. De los 25 países medidos, 17 mejoraron en comparación con el año pasado, entre ellos Nicaragua, Bolivia y Ecuador, y ocho retrocedieron. Ese año, seis naciones cerraron totalmente la brecha de género en salud, educación y supervivencia.
La participación laboral, económica, política e igualdad de oportunidades para las mujeres es tarea pendiente en la región. Venezuela, registro una disminución en la representación femenina en el parlamento. En 2013 en América Latina y el Caribe la tasa de desempleo femenina fue mayor que la masculina y recibieron ingresos menores «en todos los segmentos ocupacionales» de acuerdo al informe «Trabajo Decente e igualdad de género » elaborado por CEPAL, FAO, ONUMujeres y la Organización Internacional el Trabajo (OIT). Otra publicación de la Oficina Regional de la OIT destacó que la tasa de participación de las mujeres en la fuerza laboral fue 22 por ciento inferior a la masculina.
Trabajar en condiciones de informalidad, habitualmente implica bajas remuneraciones y condiciones laborales precarias. La discriminación de género, atenta contra los principios y derechos fundamentales de trabajo, humanos y la justicia social. Debilita el crecimiento económico y el óptimo funcionamiento de las empresas y mercados de trabajo.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), alerto a principios de año que la tasa de participación laboral femenina en la región se estancó en 53 por ciento y los sesgos de género persisten. Se mantienen el desempleo y 78,1 por ciento de las mujeres ocupadas, lo hacen en sectores de baja productividad, lo que implica peores remuneraciones, baja cobertura de la seguridad social, menor contacto con las tecnologías y la innovación. “Las desigualdades tienen su base en un sistema social que reproduce estereotipos y conserva una división sexual del trabajo que limita la inserción laboral de las mujeres”, aseguró Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la CEPAL. Estos factores, representan un obstáculo para la superación de la pobreza y la desigualdad en la región, así como para la consecución de la autonomía económica de las mujeres, agrego.
Pasando necesidad
Para la CEPAL, urge reconocer y redistribuir el tiempo de trabajo no remunerado, de manera que la responsabilidad del cuidado de los niños y niñas, personas dependientes y adultos mayores no recaiga exclusivamente sobre las mujeres. Un estudio develo que, en 2014, las mujeres en América Latina ganaban el 83,9 por ciento de lo que percibían los hombres, pese a que tenían mayores niveles educativos. Dedican hasta un tercio de su tiempo al trabajo doméstico no remunerado y más horas a los cuidados, lo que limita su autonomía económica.
Estefanía Mendoza, activista y miembro de Mulier, explica que las mujeres crecen y se desarrollan en un sistema estructurado de forma desigual que, en la mayoría de los casos, impide desarrollar su personalidad y decidir (Barreras invisibles). “Las desigualdades afectan las relaciones personales y limitan al uso del espacio público. Le damos preminencia a la figura de la madre, pero no significa que ella tome las decisiones o tenga el poder. Tenemos que activarnos y cambiar el sistema. El feminismo no es moda, las sociedades donde las mujeres tienen oportunidades de educación y empleo avanzan, ellas las multiplican y el dinero que reciben llega a las familias y comunidades. Apalancan el desarrollo”.
La activista recalca que es el momento de asumir responsabilidades individuales, sensibilizarse y reconocer cuáles son las conductas machistas internalizadas. “El problema no son las capacidades de las mujeres, sino las condiciones en las que hacen el trabajo. Nos exigen lo mismo que a los hombres, pero antes de la jornada laboral preparamos el desayuno o almuerzo, alistamos a los niños, los llevamos al colegio y nos piden tener una buena imagen y llegar fresca. Es muy difícil competir porque tenemos más responsabilidades y los estereotipos generan una consecuencia negativa en los ingresos que nos ofrecen”.
Brecha con sello venezolano
Las desigualdades de género son consecuencia directa de las perspectivas tradicionales sobre el lugar y el papel que deben ocupar las mujeres en la sociedad, basadas en prejuicios y discriminaciones que no miden los avances que experimentó la región y sus efectos en las sociedades, detallan organizaciones, entre ellas ONU Mujeres.
La discriminación parte desde el momento en que el aporte que las mujeres realizan al funcionamiento de sus familias y de la sociedad a través de las tareas domésticas y el cuidado de la familia, no es reconocido en las cuentas nacionales ni por la sociedad. La evidencia indica que la pobreza tiene rostro de mujer. Ellas enfrentan carencias de ingreso y de tiempo disponible. En América Latina y el Caribe más de 100 millones de mujeres integran la fuerza laboral, que representan cinco de cada diez en edad de trabajar, en contraposición con ocho de cada diez hombres.
En 2010, 49,9 por ciento de las mujeres en Venezuela tenia participación laboral, mientras que 78,4 por ciento de los hombres lo hacía, según la OIT. Ese año, su ingreso laboral promedio mensual respecto al de los hombres, que se valoró en 100 por ciento, fue de 71,6 por ciento en el grupo de 55 años y más, mientras que en las de 15 a 24 años fue de 93,6 por ciento. La posición social de las damas en el país, se reduce a cargos directivos de bajo nivel y según la organización social Watch en su informe de inequidad 2012, la nación suramericana tuvo un índice de equidad de género de 64 puntos, cuando la igualdad perfecta es 100.
En 2014 del 100 por ciento de personas con empleo 39,12 por ciento eran damas y más de 3 millones 160 mil féminas se dedicaban a las labores del hogar. En 2017 Venezuela ocupa el ranking 60 de 144 países evaluados por el Foro Económico Mundial para su informe global sobre la brecha de género.
Todo y nada
La pobreza de las mujeres, por razones de género, es originada por la división sexual del trabajo. Ellas dedican su tiempo a tareas sin remuneración que, con frecuencia, las colocan en una situación de subordinación y dependencia respecto de los hombres. Pese a las dificultades que existen para su inserción en trabajos decentes, su aporte a la reducción de la pobreza es fundamental. Su contribución se produce a través del trabajo remunerado, que permite incrementar los ingresos de los hogares, y el no remunerado, que brinda al hogar bienestar y calidad de vida. Mientras más pobres son los países, mayor es el aporte femenino a la superación de la pobreza.
La discriminación de género en el trabajo, se expresa desde el mismo proceso de selección y contratación, fijación e incrementos salariales y conductas como el acoso sexual. Las mujeres que forman parte de la fuerza laboral en América Latina y el Caribe tienen mayor nivel educativo que los hombres y las menores de 30 años los sobrepasaron en logros educativos y matrícula escolar, excepto en Bolivia, Haití y Guatemala.
Susana Reina, psicóloga dedicada al empoderamiento femenino comenta que hay razones que explican por qué las mujeres no escalan a posiciones de poder y entre ellas, variables atribuidas a las mismas féminas, por eso las teorías del empoderamiento para que ganen confianza y hagan valer sus derechos, pero también, que las organizaciones están diseñadas por hombres decisores para hombres que las dejan fuera del juego (Techo de cristal). “Todas las normas, políticas, hábitos y prácticas están hechas a su modelo. Para que una mujer encaje en ese estilo de organizaciones el costo es elevado”.
Las creencias acerca del poder del hombre sobre la mujer, caracteriza el “desarrollo” de la civilización. El machismo es “desastroso” y no deja espacio para que las mujeres también se desarrollen, dice Reina. “No solo es la violencia física. Son los chistes sexistas, la publicidad que nos vende como una cosa, las familias que envían a los niños a estudiar y no a las niñas, entre muchos otros indicadores”.
Con lentes de género
Las mujeres son vistas depende quien las vea, comenta la especialista, la cual añade que las venezolanas aprendieron hacer mil cosas al mismo tiempo, que se traduce en un gran peso porque no hay delegación. “Se ufanan de ser 4X4, pero es un error. Con ese cuento nos arrecuestan todas las cargas. Todos somos responsables de la situación y debemos educar a nuestros hijos con una crianza más feminista que ponga las libertades de todos sobre la mesa sin distinción de género”.
Dentro de la legislación nacional existen textos que consagran los derechos de las mujeres como la Constitución de la República, Ley del Trabajo, Ley de Igualdad de Oportunidades para la Mujer, Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y a nivel internacional, otros como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer.
Estas leyes son cuestionadas por el Observatorio Venezolano de los DDHH de las Mujeres, ONG y especialistas en el tema. Entre sus argumentos destacan que no han sido desarrollados suficientemente en la norma nacional y en las políticas públicas, no previó normas sobre la igualdad de género ni hizo explícita la no discriminación de las mujeres en el ámbito laboral. “El estado estructura que la labor de la maternidad es de la mujer y no del hombre. Hay países que están cerrando esa brecha y ellos (Hombres) se van el mismo tiempo que nosotras (Permiso parental). Así, a las empresas les cuesta lo mismo contratar a una mujer que a un hombre”, recalca Mendoza.
Luz en las sombras
En 2011, 39 por ciento de los hogares venezolanos estaban encabezados por jefaturas femeninas y la tendencia es creciente. Hace diez años, esa cantidad se ubicó en 29 por ciento. La tasa de pobreza en hogares comandados por mujeres, es superior en 6 puntos al promedio del país.
Un poco más de cuatro de cada diez trabajadoras tienen doce o más años de escolaridad, pero la autonomía de las venezolanas en aspectos generales, está comprometida debido a que un tercio de ellas no logran generar ingresos para su autosuficiencia y casi el 50 por ciento está fuera del mercado laboral, en actividades económicas informales que representan una alternativa de subsistencia precaria.
En muchos de los casos, las mujeres que se incorporan al emprendimiento no lo hacen por elección, sino porque es la opción para generar recursos económicos para complementar el ingreso familiar. De allí el porqué de la alta mortalidad de sus iniciativas. Como Carmen, millones de mujeres están al límite en Venezuela y según el informe de la ONG Avesa,Mujeres en Línea, Cepaz y Freya, la narrativa oficial se apropió de la temática de igualdad de género, mostrándola como un área donde se han producido numerosos avances, pero la realidad de las damas no guarda relación con el mundo idílico que desde instancias gubernamentales se presenta.
Las mujeres transforman su entorno, sin embargo, coexisten en una realidad plagada de desigualdades en cuanto al ingreso, calidad del empleo, responsabilidades en el cuidado de las familias y compromisos en la dinámica cotidiana. La pobreza tiene rostro de mujer, el poder el del machismo.
*Esta nota se publicó originalmente el 24 de noviembre de 2017 en nuestro blog anterior.