Texto: Ana Karolina Mendoza | Fotos: Cortesía
Cambió el confort por comida. Sí, una docente dejó su casa con cocina empotrada, cuartos con aire acondicionado, piso de cerámica y baños bien acondicionados en Maracaibo, estado Zulia, por un ranchito de bolsa en Uribia, departamento La Guajira Colombia. Allá, podía comer, al menos, dos veces al día. Aquí, apenas le alcanzaba para una y sin proteína.
Nancy Prieto vendió algunas de sus pertenencias y reunió el dinero para irse a Colombia a ver qué encontraba. Fue en 2018. De su familia, ella fue la primera en aventurarse y llegar a Uribia, donde comienza la Alta Guajira -colombiana-, la frontera más extensa compartida entre Colombia y el estado Zulia, su territorio ancestral: es indígena wayuu del clan Paisayu, nacida en Nazareth; pero, sus padres se la llevaron niñita a Maracaibo. Estudio, creció. Se hizo maestra. Y llevaba una vida tranquila.
«Con la situación que vive Venezuela, nos tocó volver a nuestra tierra, a La Guajira. Vivo en Uribia, donde tengo siete años. Decidí venirme, porque veía que la situación allá cada vez era más difícil. Mi mamá no consiguió más trabajo; yo, tampoco, ni mis hermanos. Nos tocó venirnos. Primero, llegué yo. Alquilé una casa, donde pagaba 300 mil pesos -100 USD para entonces- mensuales. Llegué luchando, trabajando. Me puse a vender unas arepitas, empanadas. Fue difícil todo, muy difícil, demasiado difícil. Pero, yo decía: “Tengo que seguir luchando. Yo tengo que traer a mi familia de Venezuela, porque sé la necesidad que están pasando allá”. Trabajé, trabajé hasta que conseguí una estabilidad y los traje a todos: mi mamá, mis hermanos, mi papá; a los niños: tengo cuatro sobrinos que he ayudado a criar. Nos fuimos acostumbrando a esta vida en este pueblo».
Despertar del liderazgo
Junto con otras mujeres wayuu y venezolanas alijunas -no wayuu, en lengua wayuunaiki- invadió el terreno de lo que en algún momento fue el aeropuerto de Uribia. Asentamiento Aeropuerto bautizaron el espacio que, con el tiempo y las cientos de familias migrantes venezolanas, distribuyeron en etapas: en esta labor, Nancy tomó la iniciativa. Organizó a las mujeres e hicieron un censo, a bolígrafo y en hojas blancas, de cada una de las familias y persona. Caminaron la trilla, bajo el sol por horas; pero, lograron su objetivo: la caracterización de la comunidad. Luego, decidieron, en consenso, clasificar el Asentamiento en cinco etapas.

La población alcanzaba los tres mil habitantes: en su mayoría, niños, niñas y mujeres venezolanos.
Organizaciones de Cooperación Internacional llegaron y se sorprendieron de la organización comunitaria. Entonces, comenzaron a implementar proyectos psicosociales, de atención en salud, de educación inicial. Nancy era el puente entre ellas y la comunidad.
Ella, también, comenzó a capacitarse en temas de comunicación, Derechos Humanos y liderazgo: labor que ya ejercía de manera innata, empírica. Cumpliendo el principio wayuu, también, de la maternidad sin haber podido gestar vida: amorosamente, cuidaba (y cuida) a una comunidad entera.
La gente la busca a ella no sólo para plantearle cualquier situación o problema; sino, también, para conversar, desahogarse, renovar fuerzas. Nancy es una mujer de escucha activa, de palabra certera; de soluciones y de acciones: una mujer sabia.
Dadora de oportunidades
El trabajo comunitario y sus vecinos le demandaban atención y, por supuesto, tiempo. Ella tenía a una mamá y a un papá qué mantener, a una familia qué ayudar también. De a poco, reunió un capital y montó un pequeño restaurante en el mercado principal de Uribia.

Ovejo asado, en coco; pabellón criollo, sopa de costilla son los platos principales de su menú. También, son los más demandados no sólo por sus paisanos wayuu o sus connacionales venezolanos -porque ella se siente venezolana-; sino por los paisas y demás colombianos que trabajan en el mercado.
Más de cincuenta platos al día puede vender. Pero, esta labor no la logra sola. A Nancy la acompañan mujeres migrantes venezolanas, en su mayoría, cabeza de hogar y madres solteras. Ella les brinda oportunidades de trabajo digno para que puedan tener tiempo de atender a sus hijos. No sólo son un equipo de trabajo, sino una red de apoyo.
A esas mismas madres, Nancy las ha integrado a los diversos programas de medios de vida o emprendimiento que han desarrollado organizaciones en el Asentamiento. «Aquí, ganamos todas. Si todas estamos bien, nuestra comunidad también estará bien».
Nancy viaja de continuo a Maracaibo a visitar a sus hermanos se regresaron. Ella sigue en Uribia. Sus papás fallecieron allí y los sepultaron en la Alta Guajira, como es la costumbre wayuu.
«Yo amo Venezuela. La llevo conmigo siempre. La tengo presente siempre. Pero, no pienso en volver a vivir allá. Me duele mucho todo. Aquí, ya encontré un espacio, mi espacio. Y no sólo porque estoy levantando mi casa de material. Encontré un propósito importante: ayudar, orientar y acompañar a la gente para mejorar su calidad de vida».