Por Norma González
Colombia no sólo está «del otro lado». Es, también, un sector enclavado en «este lado» de la frontera, específicamente, en Guarero, municipio Guajira, donde habitan unas cuatro mil 300 personas que forman un territorio multicultural.
Corría 1970 y en Venezuela se vivía la bonanza petrolera que atrajo a millones de migrantes: en gran medida, los hermanos y hermanas colombianos que comenzaron a sufrir las consecuencias del conflicto armado interno y se vieron obligados a desplazarse. Por la frontera, el sector Colombia se hizo popular, asegura la docente wayuu, Nasbely Silva. «Al principio nos sentíamos invadidos; pero, después, nos acostumbramos a verlos todos los días. Sus acentos eran diferentes; hablaban jocoso, grita’o. Se veían alegres y, los fines de semana, ponían música a todo volumen y bailaban en la calle».

La mayoría de sus habitantes son oriundos de Cartagena, Sincelejo, Santa Marta, Barranquilla y Valledupar. Muchos trabajaron en la, entonces, Aduana (hoy, el Servicio Nacional Integrado de Administración Aduanera y Tributaria -Seniat-) y construyeron sus casas a unos 200 metros: algunas, aún, conservan su estructura original, mientras que otras han sido remodeladas.
Esencia y gastronomía colombiana
Una de las fundadoras del sector Colombia es Josefina Ortega. Llegó a Guarero de la mano de Edilma Tolosa, quien ya tenía 50 años habitando en este tramo del eje fronterizo. «Mi tía me invitó a Venezuela. Antes, los bolívares rendían y vivíamos, económicamente, bien. Comenzamos a vender comidita a la gente que trabajaba en la aduana de Paraguachón. Recuerdo que iniciamos con un pequeño puesto, debajo de una mata de cují, donde ofrecíamos guiso de chivo, arroz en coco y sopa de res». Junto con ellas trabajaban dos mujeres wayuu de la zona.


Entretanto, Tolosa conoció a un hombre wayuu y formaron su familia. Ya tiene nietos y bisnietos que nacieron en el sector Colombia; sin embargo, la mayoría se fue al hermano país, debido a la emergencia humanitaria compleja que atraviesa Venezuela y aprovechando su doble nacionalidad.
A Ana Oscano también la enamoró un hombre wayuu y no volvió a Valledupar hasta años después de haber tenido hijos: 12 en total. Aún vive en el sector Colombia y es la única de las cocineras colombianas que allí habitan que prepara comida de mar. Los conductores de los camiones y gandolas que pasan, a diario, la frontera son sus principales clientes.

La cultura y el territorio favorecen en el desarrollo de la gastronomía que ha crecido gracias al comercio binacional: la cría de ovino y caprino ha sido parte del proceso de la tradición social y económica en Guarero.
Se formaron familias binacionales y con diversidad cultural, pero han conservado en el tiempo la esencia del ser colombiano. Los que llegaron primero atesoran su Colombia natal y sienten gratitud hacia Venezuela por haberles permitido crear en su suelo un pedacito de su tierra.