Por Sailyn Fernández
Decenas de niños, niñas y adolescentes indígenas wayuu viven una travesía que desafía la geografía y la violencia. Cruzan a pie, en moto o en «cola» en camiones las trochas que conectan Venezuela con Colombia: caminos irregulares que están controlados por grupos armados y bandas criminales. Se arriesgan a todo para llegar a una escuela.
La falta de escuelas equipadas, la precariedad de los servicios públicos y la ausencia de oportunidades en sus comunidades los obliga a migrar, a veces solos. «Son pocos los estudiantes que estudian en el Colegio. La mayoría estudia en escuelas en Paraguachón, Maicao y la Alta Guajira colombiana. Allá, les exigen que deben asistir los cinco días de la semana, les brindan alimentación con merienda; además, les dan una comida que traen para sus casas. Algunos niños se quedan como estudiantes internos y vienen, cada cierto tiempo, a su casa con beneficios: una bolsa de comida, por ejemplo», detalla una docente de la Unidad Educativa Googly González Apushana, quien prefiere omitir su identidad por razones de seguridad.
La profesora explica que han tenido reunión con los representantes, pues algunos han tomado la decisión de enviar a sus representados de lunes a jueves a escuelas en Colombia y los viernes en los colegios de acá. «Pero, cómo le hacemos para darles notas si no asisten en la mayoría de la semana. Les hicimos una prueba sobre los nombres de nuestro representante nacional y colocaron el nombre del presidente de Colombia».

Ante el aumento de matrícula en escuelas del departamento La Guajira, Colombia, algunos propietarios de vehículos particulares ofrecen el servicio de traslado de los estudiantes que habitan en comunidades lejanas o adonde es difícil el acceso. Tienen paradas informales en el mercado Los Filúos, frente al Complejo Nacional Caujarito, en Guarero y en Moina. Mediosur hizo un acercamiento a estos transportistas para conocer sus testimonios y los costos de los pasajes, pero mostraron hermetismo.
Una barrera importante: la doble identidad
Tal es el caso de una adolescente de 14 años. Su casa materna está en la comunidad El Rabito, municipio Guajira del estado Zulia; pero estudia en Ipapule, Alta Guajira colombiana. Se embarca en un camión 350, en Los Filúos, junto con un grupo de adolescentes que también asisten a la misma escuela.
Pero su mayor reto no es el ir y venir; sino su doble identidad. Ella nació en Paraguaipoa y su apellido es Palmar; pero, en Colombia la presentaron con el apellido Uraliyu. Crisander Paz, docente y líder comunal en Caujarito, explica que de su comunidad salen cuatro camiones con estudiantes hacia Colombia. Muchos estudian con doble nacionalidad.

A muchos niños, niñas y adolescentes los inscriben con documentación colombiana, a veces facilitada por tener padres o abuelos colombianos; o por la flexibilidad de las autoridades educativas. Sin embargo, es común que tengan apellidos venezolanos o combinaciones que reflejan su doble origen, lo que puede generar a largo plazo problemas con la doble nacionalidad y perder oportunidades de poder seguir estudiando en Venezuela. El sistema educativo colombiano, aunque abierto y flexible, aún enfrenta retos para garantizar la inclusión plena y el bienestar de estos niños, niñas y adolescentes, quienes muchas veces llevan consigo no solo mochilas, sino también historias de resiliencia.
«Otros niños, niñas y adolescentes tienen el Permiso de Protección Temporal (PPT). Tal vez, tengan más opciones de poder continuar sus estudios de este lado», augura el profesor, a quien, además del futuro académico y, a largo plazo, laboral de ellos y ellas le preocupa, profundamente, los peligros y riesgos a los que se exponen en su tránsito por los vericuetos del eje fronterizo.
Entorno vulnerable
La educación que es un derecho, ellos la ven como una meta que implica riesgos y sacrificios.

Estos riesgos abarcan desde violencias directas e indirectas, hasta accidentes y exposición a condiciones adversas, tanto físicas como sociales. La presencia de grupos armados ilegales en La Guajira y zonas fronterizas ha generado un ambiente general de inseguridad, con amenazas, asesinatos selectivos y reportes de acoso y abuso sexual en eso caminos que recorren los niños, niñas y adolescentes para llegar al punto de encuentro, para embarcarse en esos transportes provisionales. La inseguridad en las rutas que hacen los niños wayuu es una preocupación constante para las familias y docentes.
Pero, ¿qué les impulsa a desafiar el peligro? Una escuela que les brinda educación, al mismo tiempo, les garantiza alimento y, en muchos casos, protección y acompañamiento psicosocial.