Texto y fotos: Eira González
«Yo aprendí a tejer y hacer mochilas a los 10 años», recuerda, sonriente, Edelmira García, mujer wayuu de 76 años, habitante en el municipio Guajira, estado Zulia. Se dedica al arte del Kanasü: tejido ancestral wayuu heredado por Waleker (la araña tejedora en la cosmovisión wayuu: aquella hermosa doncella que conquistó el corazón del cazador con los colores y las formas de sus tapices). No se cansa de crear, de plasmar en sus trabajos lo que su mamá le enseñó desde muy niña.
Su mamá se sentaba a tejer y ella a observar y a preguntar con mucha curiosidad y, desde los 12 años, su abuela materna le enseñó este oficio o don que hereda la mujer wayuu de generación en generación, recuerda que gran parte de su aprendizaje fue durante su «Encierro» (proceso de preparación que viven las majayut -señoritas-, a partir de la primera menstruación), cuando pasó de niña a mujer.

Su día comienza a las 6.00 de la mañana. Inicia con pastorear los ovejos hasta los jagüeyes (reservorio de agua), luego hace el desayuno para sus tres nietos y al mediodía se dedica al tejido de puntas de chinchorros que son las que entrelazan los extremos del chinchorro para darle textura y soporte de la cabuyera.
Atravesar la frontera
Al tener dos o tres docenas, empieza su aventura como exportadora: debe cruzar la frontera para comercializar sus creaciones en Maicao y en Riohacha, departamento La Guajira. Las artesanas salen desde la comunidad de Moina, a unos diez minutos de «La Raya», en una moto y, luego, se embarcan un carrito que las lleva al municipio de Maicao del departamento La Guajira (Colombia), donde dejan parte de sus artesanías y, finalmente, agarran un autobús hasta llegar a Riohacha.
Edelmira asegura que en Maicao no le dan el valor que tienen sus creaciones, pues son exclusivas. Quieren pagarle entre 20 mil y 25 mil (entre cuatro y seis dólares) pesos por mochila. Por eso, sigue hasta en Riohacha, donde tiene comerciantes fijos que le compran, al mayor, en 40 mil pesos. Cuando no puede negociarlos, se sienta a vender sus artesanías en la calle Primera, donde puede pasar de dos a tres días vendiendo sus mochilas entre 40 mil y 60 mil pesos colombianos (entre 10 y 15 dólares americanos). «La espera es compleja, pero podemos venderlo todo en un solo viaje. En Riohacha, sale rápido y de regreso compramos en Maicao el material para volver a tejer».

Siente nostalgia por no poder comercializar sus tejidos en su región, Zulia. Antes sólo tenía que ir al Moján, en Mara, o a Maracaibo y vendía; pero aquí casi no tiene salida, por la devaluación de la moneda venezolana una situación que la obliga cruzar la frontera con sus mochilas.
Edelmira recuerda que en la década de los 2000 viajaba a Caracas a comercializar sus artesanías en los centros comerciales y obtenía una ganancia mayor; pero, en la actualidad, no es favorable porque el bolívar perdió su valor, mientras que en Colombia les pueden pagar hasta dos millones y medio de peso, por ejemplo: por un chinchorro doble cara (grande y de tejido grueso por ambos lados) y sus puntas (adornos colgantes).
Proceso creativo
Los colores son el punto de partida para la mayoría de las creaciones tejidas wayuu, pues los tonos definen la ocasión para la cual será utilizada la mochila; el diseño del chinchorro también depende de si es para hombre o mujer; si es para un matrimonio, los colores se usan más pasteles o con diseños que representen a la pareja o la familia.

Una mochila puede ser tejida en tres o cuatro días, dedicando unas seis horas diarias al tejido; mientras que un chinchorro puede tardar hasta dos meses, dependiendo de la dificultad de la pieza: las puntas pueden tardar una semana en terminarse. Lo importante en los encargos es conectar con las necesidades del cliente y, si es para ofrecer, preferiblemente, se hacen con colores vivos que llamen la atención de los turistas. «Dios nos dio su creatividad. El día a día lo pasamos buscando los diseños, ver cómo vamos a hacer nuestro trabajo. Planificamos nuestro trabajo: si es un color serio, pastel o vivo: el tipo de tapizado…», explica Naila González Iguarán, quien cruza la frontera desde que tiene uso de razón, pues tanto su mamá como su papá son wayuu y siempre han tenido la dinámica de ir y venir entre ambos países.
Las condiciones económicas de Venezuela han obligado a las artesanas wayuu a emprender una ruta de comercialización más compleja para el Kanasü tradicional wayuu. Sin embargo, siguen tejiendo historias en sus mochilas, chinchorros y tapices como tejen sus historias personales: a pulso, con precisión, creatividad y contra todo pronóstico.