La carne, el caparazón y otros productos derivados de cuatro especies se ofrecen al público con precios de entre cinco y 300 dólares en 12 mercados populares del Golfo de Venezuela.
Venezuela es uno de los cinco países de Sudamérica con mayor biodiversidad y posee cinco de las siete especies de tortugas marinas que existen en el planeta. Solo entre 2011 y 2012, se calculó un aproximado de 6,69 nidos por kilómetro en las playas norte y sur de la ensenada Malimansipa, localizada en las cercanía de Castilletes, en el Golfo de Venezuela.
Esta zona es considerada un santuario caribeño para las tortugas marinas debido a que presenta una gran variedad de hábitats y ecosistemas ricos en nutrientes, permitiendo la reproducción, alimentación y desarrollo de un número elevado de organismos; pero también su migración durante las temporadas de anidación, al servir como un corredor para las tortugas.
Sin embargo, la desproporcionada sobreexplotación de la fauna junto a los cambios climáticos, la pérdida de hábitats y la captura incidental en el país contribuyen a su extinción y, por ende, a la disminución de la riqueza biológica que caracteriza a la región.
Según la tercera edición del Libro rojo de la fauna venezolana, publicada en el 2008 por Provita Caracas y Chell Venezuela, de las cinco tortugas marinas identificadas en el territorio, dos, la Carey y la Cardón, se encuentran en peligro crítico.
Para el profesor de la Facultad Experimental de Ciencias de la Universidad de la Universidad del Zulia (LUZ) y presidente del Grupo de Trabajo en Tortugas Marinas del golfo de Venezuela (GTTM-GV), Héctor Barrios Garrido, aun cuando el territorio venezolano es considerado una zona de gran potencial biológico para la anidación y alimentación de tortugas marinas, el uso de su carne ya no solo como sustento familiar, sino también como una alternativa económica rentable dentro del mercado, podría empeorar el panorama.
Según una investigación realizada por Barrios Garrido en 2017, titulada: Comercio de tortugas marinas a lo largo de la costa suroeste del golfo de Venezuela, la península Guajira es catalogada, luego de la localidad de Miskitos en Nicaragua, como la segunda área de pesca de tortugas marinas en el Caribe, al registrar para 1992, solo en su porción colombiana, un estimado anual de entre cinco mil y seis mil tortugas verdes capturadas.
«En Venezuela, el saqueo de nidos de tortugas y su caza no es nuevo; pero no deja de ser alarmante. Mucho menos ahora que se ha dado un incremento indiscriminado de su comercialización, que sí es ilegal», explica el profesor de LUZ.
Relación ancestral
Las tortugas marinas son consideradas descendientes directas de los dinosaurios. A pesar de que las iniciativas por preservar la vida de las especies que se identifican en el país son relativamente nuevas, su relación con algunas comunidades venezolanas es antigua y está determinada por creencias culturales heredadas. «Investigaciones recientes evidencian la presencia de restos de tortugas marinas en entierros tradicionales en los territorios wayuu, que se habían producido al menos hace cuatro mil años», sostiene Barrios Garrido.
La comunidad wayuu, ubicada en la península Guajira, entre Colombia y Venezuela, comprende el sector demográfico indígena más numeroso de la nación y se caracteriza por la fuerte adopción de las tortugas marinas como parte de sus creencias espirituales y métodos ancestrales de supervivencia.
En efecto, al igual que para otros grupos étnicos de Sudamérica, estos reptiles representan un regalo divino para ser consumidos por los wayuu, pero además simbolizan dentro de su cultura una especie de tótem y una clase de puente espiritual entre ellos y el mundo celestial. En ese sentido, son diversos los ritos que involucran su captura.
«Es parte de la tradición, por ejemplo, que, en el paso hacia la adultez, los varones wayuu que se dedican a la pesca demuestren su fuerza, delante de su familia o del poblado en el que viven, rompiendo el caparazón de una tortuga. También las chicas deben cumplir rituales parecidos al convertirse en mujer y tener su primer periodo menstrual», explica el presidente del GTTM-GV.
Además de ser utilizadas para consumo alimenticio, como objeto de intercambio, los productos derivados de las diversas especies identificadas en Venezuela, como sus aceites, suelen compartirse entre familias de la misma etnia, especialmente si serán utilizados con fines medicinales para prevenir enfermedades respiratorias.
Para estas comunidades, la antigua trayectoria de su relación con las tortugas marinas es suficiente para que estas prácticas sean consideradas legales. «Ellos dicen que las tortugas marinas son un regalo de su Dios, Maleiwa, y que por esa razón es necesario que la ley incluya ciertas consideraciones que les permitan usar las tortugas para mantener sus costumbres y sobrevivir en las áreas remotas en las que se establecen», señaló el profesor universitario.
¿Explotación o sobrevivencia?
Los límites entre lo legal e ilegal se cruzan en el país. Pese a que las leyes venezolanas reconocen el valor biológico de las tortugas marinas y plantean algunas bases para su protección en relación a lo establecido en la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres de 1973 y la Convención Interamericana para la Protección y Conservación de las Tortugas Marinas, firmada en 1990, así como en los decretos presidenciales número 1485 y 1486; la legislación nacional ampara el uso tradicional de recursos naturales por parte de las poblaciones autóctonas en sus territorios.
En efecto, la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas, publicada en Gaceta Oficial número 38344 del 2005, establece en su artículo 53 que los pobladores autóctonos tienen el derecho al uso y aprovechamiento sustentable del ambiente y de la biodiversidad, de manera que «las aguas, la flora, la fauna y todos los recursos naturales que se encuentran en su hábitat y tierras, podrán ser aprovechados por los pueblos y comunidades indígenas para su desarrollo y actividades tradicionales».
Ante tal contradicción, el presidente del Grupo de Trabajo en Tortugas Marinas del Golfo de Venezuela afirma que esto incentiva el desarrollo de actividades que atentan directamente contra la vida de estos reptiles, sobre en todo en áreas costeras remotas como la península Guajira. «Es difícil, por ejemplo, establecer sanciones si no se determinan procedimientos concretos. Sabemos que el saqueo de nidos y la comercialización es ilegal, pero en Venezuela interfieren otros factores culturales que se necesitan tomar en cuenta».
Para el experto, no se trata de imponer cambios en los modos de vida de las comunidades indígenas, sino de dialogar para llegar a acuerdos que regulen su explotación no comercial. «Esto puede ser percibido como un conflicto en la legislación y las políticas públicas, y el desarrollo de iniciativas de conservación progresivas de tortugas marinas en Venezuela y el sur del Caribe. Es necesaria la alineación entre los objetivos de conservación y las tradiciones de los pueblos indígenas», reza el documento: Comercio de tortugas marinas a lo largo de la costa suroeste del golfo de Venezuela, desarrollado por el investigador.
Tráfico en aumento
Como resultado, el escenario para la protección de las tortugas marinas es complicado. Barrios Garrido considera que, aunado a la disyuntiva legal que impide el desarrollo de proyectos orientados a detener la explotación indiscriminada de estos reptiles en la nación, la crisis política, económica y social que afecta a los ciudadanos ha influido en el aumento de la comercialización ilegal de sus productos derivados.
Al igual que con el resto de la mercancía que traspasa la frontera del país, los mercados de Maicao y Riohacha en Colombia se perfilan como una opción atractiva para los pescadores y comerciantes de carnes, caparazones y aceites de tortuga marina del Golfo de Venezuela, al permitirles incrementar sus ganancias en función a las tasas de cambio entre los bolívares y los pesos. «Hay testimonios de abuelos wayúu que confesaron que vender carne de tortuga para que los niños de la familia vayan al colegio. Ese es un ejemplo claro de sobrevivencia», comenta Barrios.
En sus trabajos, el especialista en tortugas marinas expresa que son múltiples los aspectos transculturales que han modificado las necesidades las comunidades indígenas nacionales, lo que lleva a la inclusión del componente comercial en su economía local.
Las bondades ecológicas del Golfo de Venezuela y su posición geoestratégica junto a Colombia la convierten en un centro de venta y distribución de estas especies de gran importancia y demanda internacional. Se estima que cuatro de las cinco variedades de tortugas marinas que habitan en esta zona son comercializadas por comunidades locales.
La carne, el caparazón y otros productos derivados, entre ellos platillos exóticos, se ofrecen al público con precios de entre cinco y 300 dólares en 12 mercados populares del área. Como la especie más popular, resalta la tortuga verde. Sin embargo, los artículos más costosos son derivados de la Carey.
«Los precios y el valor que se les asignan están fuertemente influenciados por la cultura, el origen y el tipo de especie, el producto, la cantidad y la demanda que exista», así como por la dificultad para capturar al animal debido a la temporada o el control gubernamental y la localidad donde se realiza la venta, señala el profesor de la Facultad de Experimental de Ciencias de LUZ.
LUZ en defensa de las tortugas
Para el presidente del GTTM-GV, Héctor Barrios Garrido, el trabajo que se desarrolla para la conservación de estos reptiles debe involucrar directamente a las comunidades.
En su estudio titulado: «4000 años de conexión: valor socio-cultural de las tortugas marinas para la comunidad indígena Wayúu», publicado en 2018, específica que en Venezuela aún se está en proceso de entender el componente tradicional de las tortugas marinas para las etnias indígenas. «Estamos alentando que se abra una discusión en profundidad sobre las regulaciones que se deben colocar para incluir las tradiciones y creencias del wayuu en el marco legal», expresa en el documento.
A través del grupo de trabajo, son múltiples las iniciativas que desde el 2003 han logrado integrar a los pobladores de las costas venezolanas en el rescate, rehabilitación y reinserción de estas especies marinas en sus hábitats.
El Grupo de Trabajo en Tortugas Marinas del golfo de Venezuela es un proyecto surgido desde la Universidad del Zulia, compuesto por profesionales y estudiantes de las áreas de Biología y Veterinaria, así como de ciudadanos voluntarios, que busca promover la conservación de las tortugas marinas en el sistema del Lago de Maracaibo mediante la investigación científica y la educación.
«Es vital que la gente se una. La relación directa con las personas de los poblados costeros es lo que ha permitido que adquiramos más conocimientos y llevemos a cabo más rescates. En cada comunidad hay personas claves que contribuyen constantemente. Es necesario llegar a acuerdos. No se trata de ir en contra de las costumbres. Queremos empoderar a las comunidades y que se conviertan en aliadas», afirma Héctor Barrios Garrido.
Reconocimiento internacional
María Gabriela Sandoval es la 4ta estudiante de LUZ seleccionada para ir al Parque Nacional Tortuguero en Costa Rica. A partir de agosto y durante tres meses, la estación biológica de la organización Sea Turtle Conservancy será el espacio desde donde colaborará como asistente de investigación en el Programa de tortuga verde 2018 para la conservación y monitoreo de tortugas marinas en peligro de extinción.
Como parte de su proyecto especial de grado para optar a la licenciatura en Biología, Sandoval ha ideado un procedimiento para monitorear a estos reptiles mediante el desarrollo de un catálogo creado a partir del análisis de fotografías del patrón escamoso único ubicado en el perfil de cada especie.
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